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Caspar David Friedrich

Tengo que estar solo y saber que estoy solo para contemplar y sentir la naturaleza en su plenitud - Caspar David Friedrich Click to Tweet

EL paisaje como manifestación de lo sublime, la soledad del hombre frente a lo inevitable de su muerte, las referencias a la mitología germánica, y en definitiva todo el zeitgeist del romanticismo alemán se reúnen como en ninguna otra figura en Caspar David Friedrich, pintor solitario y hasta misántropo, de quien el escultor David d’Angers escribió que había descubierto “la tragédie du paysage”.

Imagen: Caspar David Friedrich: “Autorretrato”, c.1810. Tiza sobre papel, Kupferstichkabinett Berlin

Este “paisaje trágico” al que se refería d’Angers supone un cambio con respecto a la tradición del paisajismo europeo -Van Ruysdael, Hobbema…- en el que el paisaje se representaba con objetividad, muchas veces como fondo o emplazamiento para una actividad humana. En el concepto de paisaje que se inicia con Friedrich, el romantische Stimmungslandschaft, la relación entre el hombre y la naturaleza es espiritual, siendo esta última la manifestación de lo divino (“Lo divino está en todas partes, incluso en un grano de arena”, escribió Friedrich) y el paisaje adquiere así una dimensión metafísica.

Caspar David Friedrich nació en Greifswald, una villa a orillas del Mar Báltico, en 1774. Su familia sufrió varias desgracias (incluyendo el fallecimiento de la madre y de dos de sus hermanos) durante la infancia del futuro pintor. Recibió sus primeras clases de dibujo durante la adolescencia, y con algo menos de veinte años ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de Dinamarca. Finalizada su formación, se trasladó a Dresde en 1798.

Las primeras obras notables de Friedrich datan de 1807-08. “Dolmen en la nieve” (1807, Galerie Neue Meister) y “Cruz en las montañas” (conocida como “Altar Tetschen”, 1808, Museo Staatlichem Dresde) muestran de forma clara la continua referencia a la muerte en las obras de Friedrich, aunque con interesantes diferencias temáticas entre ambas. Mientras que en la primera se incluyen elementos de la tradición alemana (el cairn en un bosque invernal), la segunda obra – finalizada en Navidad de 1808- incluye una iconografía cristiana en un paisaje. Al año siguiente pinta “Abadía en el robledal” (1809, Alte Nationalgalerie, Berlín), donde la idea de la muerte está presente tanto en las tumbas y en la abadía semirruinosa como en las ramas desnudas de los árboles en el paisaje invernal. Así, en esta pintura «el tema de la muerte, enlazado al de la religión y al de la naturaleza misteriosa y solemne, se impone en una asociación de ideas que trasciende de la representación del paisaje por sí mismo» (Javier Arnaldo, «Caspar David Friedrich», 1993).

Caspar David Friedrich: “Abadía en el robledal”, 1809. Óleo sobre lienzo, 110,4 x 171 cm. Alte Nationalgalerie, Berlín ·· Caspar David Friedrich: “El monje junto al mar”, 1809. Óleo sobre lienzo, 110 x 172 cm. Alte Nationalgalerie, Berlín

¿Por qué, a menudo me preguntan,

elijo como temas en mis pinturas

tan a menudo la muerte, la perdición y la tumba?

Para poder un día vivir eternamente

a menudo hay que someterse a la muerte.

Caspar David Friedrich

Del mismo año (aunque es posible que Friedrich llevase ya bastante tiempo trabajando en la obra) es “El monje junto al mar”, una de sus obras más célebres, que Marie Helene von Kügelgen, esposa de un pintor amigo de Friedrich, describió como “un espacio aéreo, extenso, infinito”, añadiendo que para el cuadro “una tormenta sería un consuelo, pues así llegaría a verse vida y movimiento en alguna parte…”.

Friedrich vive y trabaja en Dresde en una inmensa austeridad. El pintor Wilhem von Kügelgen, hijo de la ya mencionada Marie Helene y el pintor Gerhard von Kügelgen, describió el taller de Friedrich en 1813 de la siguiente manera: “allí no había nada más que un caballete, una silla y una mesa (…) incluso la caja de pinturas había sido desterrada a una habitación contigua, ya que Friedrich era de la opinión de que los objetos externos perjudicaban la visión del mundo interior”. Por su parte, el ya mencionado David d’Angers describió de forma similar su vista al estudio del pintor: “Friedrich nos condujo a su taller: una pequeña mesa, una cama que más bien parecía un féretro, un caballete vacío, eso era todo”.

Una serie de viajes por el Báltico, en 1815 y 1816, permiten a Friedrich pintar varios paisajes costeros de interés, como “Dos hombres junto al mar”  (1817, Alte Nationalgalerie, Berlín). De 1817 y 1818 datan dos de sus obras más célebres, “El caminante sobre el mar de nubes” (Kunsthalle, Hamburgo) y “Acantilados blancos en Rügen” (Fundación Oskar Reinhart, Winterthur), quizás los ejemplos más notables de Rückenfigur de Friedrich.

Caspar David Friedrich: “El caminante sobre el mar de nubes”, 1817-18. Óleo sobre lienzo, 94,8 x 74,8 cm. Kunsthalle, Hamburgo ·· Caspar David Friedrich:  “Acantilados blancos en Rügen”, 1818. Óleo sobre lienzo, 90,5 x 71 cm. Fundación Oskar Reinhart, Winterthur.

En la primera mitad de la década de 1820, Friedrich realiza algunas de sus pinturas más famosas, como “El árbol solitario» (1822, Alte Nationalgalerie, Berlín) o “El mar de hielo» (1823-24, Kunsthalle, Hamburgo), pero a partir de la segunda mitad de la década y hasta su muerte, en 1840, la fama y fortuna de Friedrich sufren un claro golpe, coincidiendo con el descenso en la admiración de los ideales del romanticismo. Además, durante sus últimos años arrastró las secuelas de un ictus, limitando su capacidad de pintar.

Tras su muerte, la figura de Friedrich cayó prácticamente en el olvido, para ser rescatada con el cambio de siglo. No obstante, tras la Segunda Guerra Mundial, su reputación sufrió un nuevo golpe, ya que, al igual que sucedió con las composiciones de la otra gran figura del Romanticismo alemán, Richard Wagner, en las obras de Friedrich se quiso ver una exaltación nacionalista. Pero, como bien observó el crítico Jonathan Jones:

Considerar cualquiera de los cuadros de Friedrich como simplemente nacionalistas es un error. Sus cuadros no celebran misticismo alemán, sino que lo examinan. Friedrich utiliza el vacío de la costa del Báltico y el bosque de Turingia para sugerir la arrogancia del imperio. No es el profeta de la ambición territorial alemana, sino su satírico. El tema de sus pinturas es la inconquistabilidad del espacio. El ser humano es un pequeño intruso en un mundo que nunca podrá dominar. Se burla de la autoridad de los estados monárquicos, Prusia y el resto, de los que los liberales alemanes se sentían tan ajenos.

Jonathan Jones

Texto: G. Fernández · theartwolf.com

Caspar David Friedrich: “El mar de hielo”, 1823-24. Óleo sobre lienzo, 96.7 × 126.9 cm. Kunsthalle, Hamburgo ·· Caspar David Friedrich:  “Das große Gehege (Ostra-Gehege)”, c.1832. Óleo sobre lienzo, 73.5 x 102.5 cm. Galerie Neue Meister, Dresde.

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