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Impresionismo

Los rechazados que cambiaron la historia del arte

El punto en común que reúne a estos artistas en un grupo y hace de ellos una fuerza colectiva dentro de nuestra época de desintegración es su determinación de no aspirar a la perfección, sino de conformarse con un determinado aspecto general. Una vez captada la impresión, declaran su obra terminada. (…) Si se quiere caracterizarlos y explicarlos con una sola palabra, habría que acuñar la palabra impresionistas. Son impresionistas en el sentido de que no pintan paisajes, sino la sensación que produce el paisaje. La propia palabra [impresión] ha entrado en su vocabulario; no es un paisaje sino una «impresión» lo que se titula el «Amanecer» del Sr. Monet.

J. Castagnary, 29 de abril de 1874

Imágenes: Claude Monet: «Impresión, amanecer», 1872. Óleo sobre lienzo, Musée Marmottan Monet, París ·· Édouard Manet: «El ferrocarril», 1873. Óleo sobre lienzo, National Gallery of Art, Washington.

En el París del siglo XIX, el gran objetivo de cualquier pintor que aspirase a poder ganarse la vida con su arte era exponer en el Salón de París, el gran evento anual de la Académie des Beaux-Arts que, desde finales del siglo XVII, presentaba las obras de los artistas más importantes a los más acaudalados coleccionistas. Pero en la década de 1860, en los albores de la Belle Epoque, el elitismo y la autocomplacencia del jurado había alcanzado extremos insoportables, en los que cualquier obra que se separase mínimamente de los designios de la Academia era inmediatamente ignorada e incluso ridiculizada. En el Salón de 1863, dos terceras partes de las obras presentadas al Salón fueron rechazadas, lo que provocó que Napoleón III -cuyos gustos no eran precisamente “progresistas”- decidiese dar a los artistas rechazados por el Salón un lugar donde exponer, en un espacio anexo al Salón oficial. Allí, en ese anexo poco glamuroso que fue llamado, de forma algo despectiva, “Salon des Refusés” (Salón de los Rechazados), la historia del arte cambió para siempre.

En el Salon des Refusés expuso Gustave Courbet -quien ya había logrado exponer alguna obra en el Salón oficial, pero cuya pintura honesta y realista había dejado de ser del agrado del jurado- junto con una serie de pintores jóvenes, entre los cuales se encontraba Édouard Manet, quien presentó su “Le déjeuner sur l’herbe”, además de Paul Cézanne y Camille Pissarro. Pese a que la acogida de la obras fue por lo general negativa, la exposición abrió el camino para que estos pintores “disidentes” entrasen en contacto entre ellos, intercambiando técnicas e ideas, e iniciando el movimiento impresionista, a veces considerado el punto de partida del arte moderno.

Desde el punto de vista técnico, el impresionismo se caracteriza por sus pinceladas sueltas, haciendo uso de colores puros logrados gracias a la aparición de nuevos pigmentos para ser usados en la pintura al óleo. Más que una representación precisa del modelo (persona, objeto o paisaje) a representar, se busca captar el efecto de la luz y la atmósfera sobre él, pintando muchas veces al aire libre. Por todo ello, pese a que en ocasiones de habla de “escultura impresionista” o incluso “música impresionista”, el impresionismo es un estilo eminentemente pictórico, teniendo su epicentro en Francia, pese a que rápidamente se extendió por otros lugares de Europa y Estados Unidos.

El impresionismo toma del realismo de Courbet y la Escuela de Barbizon el gusto por los temas y paisajes “comunes”, alejados del exotismo o la mitología del Academicismo y el Neoclasicismo. Su gran innovación temática, además de las repeticiones del mismo modelo bajo diferentes condiciones de luz, es el interés por la vida moderna, siendo el París de Haussmann -con sus bulliciosas avenidas, sus puentes de hierro, y sus modernas estaciones de tren- el escenario favorito para los jóvenes pintores impresionistas.

Imágenes: Pierre-Auguste Renoir: «Bal du moulin de la Galette«, 1876. Óleo sobre lienzo, Musée d’Orsay, París ·· Gustave Caillebotte: «Rue de Paris, temps de pluie», 1877. Óleo sobre lienzo, Art Institute of Chicago.

Los protagonistas

Édouard Manet (1832–1883): considerado a veces “el padre del Impresionismo”, aunque él nunca se consideró como parte del grupo. Con su “Le déjeuner sur l’herbe” presentada -como se ha mencionado anteriormente- en el Salon des Refusés de 1863, y su “Olympia”, pintada ese mismo año, Manet se rebeló contra los cánones de la pintura académica, animando a un grupo de jóvenes pintores a buscar nuevos caminos en la pintura, que desembocarían en la aparición del movimiento impresionista

Claude Monet (1840–1926): el pintor impresionista por antonomasia, genio prolífico creador de más de 2.500 obras, es el autor de series de pinturas -como sus “almiares” o “nenúfares”- en las que estudia los efectos de la luz cambiante sobre un mismo objeto, siendo experimentos indispensables para entender la génesis del arte moderno.

Camille Pissarro (1830–1903): descrito por Paul Cézanne como “el primer impresionista”, Pissarro se interesó sobre todo por el paisaje, tanto de la Francia rural (Eragny, Louveciennes) como de los boulevards parisinos.

Pierre Auguste-Renoir (1841–1919): de entre todos los pintores del grupo impresionista, Renoir fue posiblemente el más prolífico, el más orientado a los temas clásicos frente a la modernidad de los puentes de hierro o las estaciones de trenes, y el de trayectoria más desconcertante, abandonado pronto el impresionismo para orientarse a un estilo más clásico.

Berthe Morisot (1841–1895): la más importante de entre todas las pintoras impresionistas francesas, se convirtió -pese a haber expuesto en el Salón oficial durante casi una década- en una fiel defensora del Impresionismo, exponiendo en siete de las Exposiciones Impresionistas.

Alfred Sisley (1839–1899): hijo de comerciantes ingleses, Sisley se centró casi exclusivamente en el paisaje, y fue de los pocos pintores que jamás abandonó el estilo impresionista.

Gustave Caillebotte (1848–1894): a su obra pictórica, importantísima aunque quizás no al mismo nivel que la de los célebres pintores citados antes, Caillebotte añadió una vital labor de mecenazgo, gracias a su acomodada condición social, ayudando a los demás pintores impresionistas a superar sus dificultades económicas.

Edgar Degas (1834–1917): nunca fue un impresionista “puro” (él mismo rechazaba el término), pero su estilo e incluso su fama durante su vida contribuyó a ayudar al reconocimiento del movimiento impresionista.

Auguste Rodin (1840-1917): considerado a veces “el padre de la escultura moderna”, Rodin no fue estrictamente un impresionista (ya hemos indicado que el Impresionismo es básicamente un movimiento pictórico), pero “su interés por el efecto de la luz en las superficies esculpidas y el carácter experimental de sus métodos revelan hasta qué punto el impresionismo influyó en su escultura.” (Eva Sarah Molcard, “21 Facts About Auguste Rodin”, 2018)

Dentro de Francia, otros nombres importantes son los de de Frédéric Bazille, Eva González, Armand Guillaumin y Marie Bracquemond. Figuras como Paul Cézanne o Paul Gauguin se asocian a veces al impresionismo, y tuvieron contacto con el movimiento durante su juventud, pero abandonaron pronto el estilo impresionista. En los Estados Unidos, el Impresionismo Americano tuvo como máximos exponente a Mary Cassatt, quien trabajó durante años con los impresionistas franceses, y otras figuras como Theodore Robinson o Childe Hassam.

Imágenes: Alfred Sisley: «L’Inondation à Port-Marly», 1876. Óleo sobre lienzo, Musée d’Orsay, París ·· Berthe Morisot: «Jour d’eté», 1878. Óleo sobre lienzo, National Gallery, Londres.

Una breve historia del Impresionismo

Antecedentes

Atendiendo a las características técnicas del impresionismo anteriormente mencionadas, se han propuesto multitud de posibles “orígenes” o “antecedentes” para el impresionismo, algunos con más fundamentos que otros. La pincelada suelta de Frans Hals (1582-1666) parece una influencia probada, como confirman críticos como Arthur K. Wheelock Jr. (“Frans Hals, Dutch Paintings of the Seventeenth Century”). La pintura “atmosférica” de J.M.W. Turner y el interés por el paisaje rural y cotidiano de John Constable (así como su técnica de pintura al aire libre) fueron también una influencia para varios pintores impresionistas y postimpresionistas, que pudieron admirar su obra en Londres.

Las influencias más claras del impresionismo provienen del realismo francés del XIX, destacando los paisajes de Camille Corot, quien conoció personalmente a alguno de los pintores impresionistas, como Berthe Morisot. “En lugar de analizar algo concreto, se siente una impresión”, escribió el crítico Théophile Thoré-Bürger sobre los paisajes de Corot en 1868, seis años antes de la célebre exposición en la que el movimiento impresionista recibió su nombre. Los paisajes de Eugène Boudin (1824-1898) y del holandés afincado en Francia Johann-Barthold Jongkind (1819-1891), son otra influencia directa, hasta el punto de que a veces se considera a estos dos pintores como “proto-impresionistas”.

Antecedentes del Impresionismo: Jean-Baptiste Camille Corot: «Le pont de Narn«, 1826. Óleo sobre lienzo, Museo del Louvre, París ·· Eugène Louis Boudin: «La playa de Trouville», 1865. Óleo sobre lienzo, Princeton University Art Museum.

Los comienzos

Tras la exposición de “Le déjeuner sur l’herbe” de Édouard Manet en el “Salon des Refusés” de 1863, comentado anteriormente, así como su igualmente importante “Música en las Tullerías” pintado el mismo año, la semilla del Impresionismo estaba plantada, pero el estilo plenamente impresionista no se desarrollaría hasta finales de la década. En 1867, Claude Monet pinta “Terrasse à Sainte-Adresse”, en la que da un paso más en la técnica impresionista al aire libre esbozada por Manet en sus pinturas de 1863. Ese mismo año, Camille Pissarro pinta “La colina de Jalais, Pontoise”, en el que la influencia de Corot es apreciable tras su técnica casi plenamente impresionista. Del año siguiente es “La Urraca (La Pie)” de Monet, que el Museo de Orsay describe como “la obra en la que nació el paisaje impresionista, cinco años antes de la primera exposición oficial en la que el movimiento recibió su nombre”. El nacimiento del impresionismo puede considerarse completo en 1869, Monet cuando pinta sus vistas de “La Grenouillère”.

Durante estos años de formación, los pintores impresionistas recibieron mucha incomprensión, bastante desprecio, y muy contados apoyos. Entre estos últimos destacó el del escritor Émile Zola, amigo y compañero de colegio de Paul Cézanne, y el del marchante Paul Durand-Ruel. Este último había conocido a algunos de los impresionistas en Londres, donde habían huido durante la Guerra franco-prusiana de 1870-71, y expuso, en la Sociedad de Artistas Franceses de Londres, 139 pinturas, incluyendo dos de Monet y dos de Pisarro, que habían sido previamente rechazadas por la Royal Academy (Bernard Denvir: “Crónica del Impresionismo”, 1993). A su regreso a Francia, continuó con su adquisición de obras impresionistas, y posteriormente sería el primero en exponer al movimiento en los Estados Unidos.

Los comienzos del Impresionismo: Camille Pissarro: » La colina de Jalais, Pontoise «, 1867. Óleo sobre lienzo, Museo del Louvre, París ·· Claude Monet: «Bain à la Grenouillère», 1869. Óleo sobre lienzo, Metropolitan Museum, New York.

El apogeo

En 1874 tuvo lugar la Primera exposición Impresionista, que incluyó 165 obras entre ellas “El palco” (1874) de Pierre-Auguste Renoir, que se ofrecía por 500 francos (no vendida), “La casa del ahorcado” (1873) de Paul Cézanne por 300 francos (vendida), e “Impresión, salida de sol” (1872) de Claude Monet por 800 francos. Precisamente fue una crítica burlona hacia esta pintura, por parte del crítico Louis Leroy, la que dio al movimiento el nombre de Impresionismo.

A la Primera exposición Impresionista siguieron siete exposiciones más, entre 1876 y 1886, con irregular fortuna, tanto en cuanto a ventas como en cuanto a crítica. En concreto, la ambiciosa Tercera Exposición Impresionista, que incluía muchas obras consideradas hoy en día iconos del movimiento, como “Baile en el Moulin de la Galette” (1876) de Renoir, “París, día lluvioso” (1877) de Gustave Caillebotte, o “La Estación St. Lazare” (1877) de Monet, fue un fracaso económico, que mejoró algo en la siguiente exposición (1879), pero sin lograr apoyo de la crítica. Además, las dos grandes subastas de colecciones de arte impresionista llevadas a cabo en el Hotel Drouot en 1878 obtuvieron resultados muy por debajo de las expectativas.

Podríamos decir que, a finales de la década de 1870, el Impresionismo seguía existiendo como movimiento más o menos cohesionado (gracias en parte al apoyo de Paul Durand-Ruel y de Gustave Caillebotte), pero muchos de los artistas que lo formaban comenzaban ya a sentirse desencantados con el movimiento, y durante la década siguiente, varios de ellos se separaron definitivamente, incluso a pesar de que siguieron, en muchos casos, mostrando sus obras en las Exposiciones Impresionistas.

Imágenes: Claude Monet: «La Gare Saint-Lazare», 1877. Óleo sobre lienzo, Musée d’Orsay, París ·· Édouard Manet: «Un bar aux Folies Bergère», 1882. Óleo sobre lienzo, Courtauld Gallery, Londres.

Tomando diferentes caminos: impresionismo tardío y postimpresionismo

A principios de la década de 1880, las deserciones dentro del grupo impresionista fueron notables. Cézanne dejó París y se mudó a la Provenza, atraído por el paisaje local, donde desarrolló su estilo proto-cubista que con el tiempo se haría indispensable para entender las vanguardias. Renoir destruyó varios de sus lienzos anteriores y regresó a un estilo más clásico, inspirado en la obra de Ingres. Incluso los pintores más fieles al Impresionismo no fueron ajenos a esta ola de cambios. Pissarro, por ejemplo, adoptó a partir de mediados de la década de 1880 un estilo neo-impresionista inspirado en el puntillismo de Seurat y Signac. Por su parte, Claude Monet continuó siendo el estandarte del Impresionismo, pero se distanció cada vez más de sus compañeros, hasta el punto de que “Pissarro y Degas, al igual que Félix Fénéon -el portavoz de los neoimpresionistas- criticaban las nuevas creaciones de Monet por ser superficialmente decorativas” (Karin Sagner-Düchting: “Claude Monet”, 1990).

El “declive” (en muchos casos, transformación en un post-impresionismo aún más audaz e innovador que el estilo del que deriva) del Impresionismo en Francia (y por extensión, en Europa) coincide con el auge del Impresionismo americano, liderado por la figura de Mary Cassatt, quien había pintado durante años en Francia, conociendo a los principales pintores impresionistas y haciéndose amiga personal de Berthe Morisot. Cassatt y Theodore Robinson son quizás los únicos impresionistas “puros” en Estados Unidos, mientras que artistas como Childe Hassam o John Henry Twachtman muestran influencias de otros estilos americanos, como el tonalismo.

Impresionismo en Estados Unidos: Mary Cassatt: «Verano», 1894. Óleo sobre lienzo, Terra Foundation for American Art ·· La influencia del Impresionismo en la escultura: Auguste Rodin: «Les Bourgeois de Calais», 1884. Bronce, Museo Rodin, París. Fotografía de LPLT / Wikimedia Commons.

El legado del Impresionismo

El Impresionismo, que como se ha dicho fue mayormente ridiculizado en sus inicios, experimentó a partir de la última década del siglo XIX un enorme aumento en su aceptación y popularidad. Ya en 1895, Claude Monet estaba vendiendo cada uno de sus lienzos de las series de “Almiares” y “La Catedral de Rouen” por precios de hasta 15.000 francos cada uno, y las obras de artistas como Degas y el ya fallecido Manet eran coleccionadas tanto en Europa como en Estados Unidos. La aceptación definitiva llega en 1907, cuando las obras de los impresionistas entran definitivamente en los museos más importantes de Europa, con el Louvre colgando en sus salas la “Olympia” de Manet, y de Estados Unidos, con el Metropolitan Museum pagando la extraordinaria cifra de 84.000 francos por “La señora Charpentier y sus hijas”, de Renoir.

En las décadas siguientes, el Impresionismo ganaría prestigio entre la crítica y admiración entre los coleccionistas, hasta el punto de que la cotización de las pinturas impresionistas y postimpresionistas se pondría a la altura -o incluso superaría- la de la pintura de los antiguos maestros. En 1967, la ya mencionada “Terrasse à Sainte-Adresse” de Monet fue adquirida por el Metropolitan Museum por 1,4 millones de dólares, un precio solo alcanzado entonces por obras maestras de pintores como Leonardo o Rembrandt. La consagración definitiva llegaría con el boom de los 80 y principios de los 90, cuando obras de Van Gogh y Renoir superaron todos los récords de cotización para una obra de arte, tanto antigua como moderna.

Texto: G. Fernández · theartwolf.com

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