Arte del Antiguo Egipto
El don del Nilo
Alma al cielo, cuerpo a la tierra
Libro de los muertos, Egipto, c.1550 a.C.
Imágenes: Máscara de Tutankamón; c. 1327 a.C.; foto de Roland Unger ·· Busto de Nefertiti; 1352-1336 a.C., foto de Philip Pikart ··
De entre todas las civilizaciones del mundo antiguo, ninguna ha provocado -y sigue provocando- una fascinación mayor que el Antiguo Egipto. Durante más de tres milenios, comenzando a finales del Neolítico, en las fértiles orillas del Nilo la civilización egipcia mantuvo su identidad cultural, solo finalizada por la conquista de los romanos (que incorporaron Egipto a su imperio) y la llegada del cristianismo, que prohibió los milenarios cultos y creencias egipcias.
En su “Introducción a la historia de la arquitectura”, el Doctor José Ramón Alonso Pereira define a esta civilización como el “laboratorio egipcio”, señalando que “apenas se encontrará otro país cuya estructura sea tan simple y regular, y esta estructura geográfica –tan simple y evidente– facilita la abstracción y simbolización de los conceptos fundamentales”. Con el Nilo como eje vertebrador sur-norte, Egipto, “el don del Nilo”, con su dualidad Alto Egipto – Bajo Egipto, floreció durante siglos. En palabras del historiador y arqueólogo Antonio Blanco Freijeiro, “el aislamiento que la naturaleza les imponía y la suficiencia de sus recursos despertaron en los egipcios una sensación poco común de seguridad, e incluso de superioridad sobre el resto del mundo, cuya existencia misma llega a ser ignorada en algunos casos”. Cuando, bajo órdenes del faraón Tutmosis I, el ejército egipcio llegó hasta el Éufrates, los soldados quedaron fascinados por la lluvia (“un Nilo que cae del cielo”) y por la dirección del curso de Éufrates (norte-sur, opuesto al caso del Nilo), lo que para ellos era “un río que fluyendo hacia el norte fluía hacia el sur” (Isaac Asimov, “Los egipcios”, 1967)
El aislamiento de Egipto garantizó la continuidad estilística de su arte, que durante los 3000 años de periodo dinástico sufrió escasos cambios en comparación con otras grandes civilizaciones de su tiempo, como Mesopotamia o China. Además de este aislamiento, existen otras razones que garantizan esta falta de grandes cambios en el estilo egipcio. Emily Teeter (“Egyptian Art”, 1994) señala que “la concepción occidental de equiparar el cambio con el progreso positivo era desconocida en el Antiguo Egipto. Por el contrario, los egipcios creían que la condición del mundo era perfecta en el momento de la creación y que los estilos anteriores debían ser cuidadosamente preservados y emulados“. De este modo, las características fundamentales del arte egipcio, que aparecieron por primera vez en el Periodo Dinástico Temprano (c. 3100 -2686 a.C.) y fueron consolidadas durante el Imperio Antiguo (c. 2686 – 2181 a. C) no sufrieron cambios drásticos hasta la llegada del Período Helenístico (323 – 30 a.C.).
Imágenes: El escriba sentado, entre 2600 y 2350 a.C. Foto de Rama ·· Templo de Abu Simbel, c.1264 a.C., foto de Onder Kokturk
La mayor parte del arte egipcio estaba directamente relacionado con sus creencias en el más allá. Más que como objetos decorativos, el arte creado por los antiguos egipcios fue creado para asegurar la vida eterna de sus protagonistas más destacados (faraones y altos dignatarios). Con muy escasas excepciones (Tutmose), se trata de obras anónimas, posiblemente fruto del esfuerzo colectivo más que de la genialidad de un único creador.
Arquitectura del Antiguo Egipto. Si aceptamos la definición de Bruno Zevi de que “la historia de la arquitectura es, ante todo, la historia de las concepciones espaciales” (“Saber ver la arquitectura”, 1948), debemos entonces prestar atención a la idea de Aloïs Riegl, para quien el arquitecto egipcio sentía “horror al espacio”, renunciando voluntariamente a los grandes espacios interiores que sí serían una ambición clara en los arquitectos griegos y romanos. El contraste entre la imponente monumentalidad del exterior con la ausencia casi total de amplios espacios interiores es especialmente notable en el caso de las pirámides, pero existe también en los templos, desarrollados especialmente a partir del Imperio Nuevo, cuyo interior (especialmente en el caso de la sala hipóstila) es un “bosque de columnas”, ricamente decoradas con pinturas y relieves.
En el caso de la escultura, esta es “hierática, ceremoniosa, solemne. Las figuras humanas respetan excesivamente las reglas de la etiqueta oficial” (Enrique Valdearcos, “El Arte Egipcio”, 2007). Existen, no obstante, excepciones a estas características generales. Una de ellas fue el arte producido durante el fascinante Periodo de Amarna, bajo el reinado de Akenatón, cuando es habitual encontrar una exageración de formas impropia del arte egipcio anterior (si bien varias obras, como el célebre busto de Nefertiti, mantienen el realismo y la “oficialidad”). Por otra parte, varias esculturas de animales y varias tallas de madera que representan escenas de la vida cotidiana (fabricación de pan o de cerveza) muestran una libertad creativa mayor que la de las grandes esculturas de faraones o dignatarios.
Imágenes: Estatua monumental de Akenatón. Dinastía XVIII, 1351–1334 a.C. Fotografía de Gérard Ducher, licencia C.C. 2.0. ·· Pirámides de Giza. Dinastía IV. Fotografía de Ricardo Liberato, licencia C.C. 2.0.
En el caso de la pintura y el relieve, por lo general los antiguos egipcios parecen haber tenido en más alta consideración a este último, como atestigua el hecho de que las tumbas más importantes hayan sido decoradas en su mayor parte con relieves. No obstante, “aunque la pintura ocupase un lugar secundario, existen numerosas y magníficas obras pictóricas, cuyas técnicas estimularon a los artistas a trabajar con mayor libertad que el el relieve” (John Baines y Jaromir Málek: “Egipto. Dioses, templos y faraones”, volumen I, 1991). Un ejemplo fascinante de esta libertad creativa de la pintura es el “Friso de las Ocas en Meidum”, creado durante la IV dinastía para la mastaba de Nefermaat y su esposa Atet (Itet). Durante el periodo romano, se desarrolló también una importante tradición de retratos funerarios sobre tablas.
La situación de estos objetos en tumbas selladas y ocultas, el clima seco, y el relativo poco contacto de Egipto con otras civilizaciones ha favorecido la preservación de una gran cantidad de obras de arte. A partir del siglo XIX, la egiptología moderna relanzó el interés por el Antiguo Egipto, provocando un aumento en los saqueos de obras, pero también el comienzo de una serie de excavaciones rigurosas que han hecho aflorar monumentos y obras hasta entonces desconocidos, aportando una valiosa información para el conocimiento de la fascinante civilización que surgió en las orillas del Nilo.
G. Fernández · theartwolf.com
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