Monet y el mar
por G. Fernández – theartwolf.com
La obra artística del pintor impresionista por antonomasia, Claude Monet, visto a través de sus paisajes marinos. Un fascinante viaje virtual por la relación entre el maestro impresionista y el mar.
El paisaje marino según Monet
Los comienzos: la infancia en Le Havre
La relación entre Monet y el mar comenzó muy pronto, ya que el joven artista se estableció, junto con su familia, en el puerto normando de Le Havre a mediados de la década de 1850. En principio, Monet no se sentía demasiado atraído por la pintura al aire libre –y, por tanto, de la pintura de paisajes marinos- y se dedicaba a dibujar caricaturas de vecinos y conocidos. El talento del joven llamó la atención de un pintor que se había establecido en Le Havre años antes, Eugène Boudin, todavía considerado uno de los grandes pintores de marinas del siglo XIX. Y aunque las pinturas de Boudin no atraían mucho a Monet, aquel convenció al joven artista de que lo acompañara en sus salidas para pintar al aire libre. El tesón de Boudin tendría a la larga sus frutos, y Monet reconocería, varios años después: “si he llegado a ser pintor, es gracias a Boudin”
Creando un artista: Jongkind como maestro
Se podría decir que la auténtica carrera pictórica de Monet comienza en 1862, cuando el pintor contaba con tan solo 22 años de edad. Habiendo enfermado en Argelia durante el servicio militar, fue enviado a Le Havre para recuperarse. De vuelta en la costa normanda el joven Monet conoció al que iba a ser, en sus propias palabras, su “verdadero maestro”, el pintor holandés Johan Barthold Jongkind.
Alcohólico e impulsivo, Jongkind impresionó al joven Monet con los efectos de la luz y la atmósfera en sus marinas. La influencia del pintor holandés es claramente advertible en obras como “Pointe de la Hève en Sainte-Adresse” (1864, Currier Museum of Art), con su marcada horizontalidad y la representación cuidada del cielo y la atmósfera. Esta pintura sería admitida en el Salón de 1865. Destaca el realismo de la obra y el uso de una pincelada muy definida, que Monet iría modificando en obras posteriores, como “Mar gruesa en Etretat” (1868, Paris, Musée d’Orsay)
Un mar burgués: la terraza de Sainte-Adresse
Las obras de Monet en Sainte-Adresse en la segunda mitad de la década de 1860 representan un cambio momentáneo en la representación del mar por Claude Monet. Frente a la representación del mar salvaje de años anteriores (y que retomaría en años posteriores), aquí Monet presenta el mar como un instrumento de ocio para la burguesía, en un estilo que entronca con la pintura de salón que el artista había venido desarrollando en años anteriores, culminados con el colosal “Desayuno sobre la hierba” presentado en el Salón de 1866.
“La terraza de Sainte Adresse” es la obra más representativa de este periodo. La escena burguesa se desarrolla bajo una potente luz de “plein air”. Tres planos de tierra, mar y cielo dividen y jerarquizan la composición, organizada verticalmente por las dos banderas que ondean vivamente por la suave brisa del océano. La pintura tiene un encanto tal que nos sentimos inmediatamente tentados a sentarnos en una de las sillas vacías a disfrutar de esta plácida tarde de domingo. Un tema similar, pero en una distinta composición, encontramos en “Regata de Sainte-Adresse” (1867, Nueva York, Museo Metropolitano)
Ampliando horizontes: estancias en Inglaterra y Holanda
Fue Durand-Ruel, el gran mecenas del impresionismo, quien apoyó económicamente a Monet para viajar, junto con Boudin y Pissarro, a Londres en 1870, en un viaje que tendría su continuación en la estancia en Holanda al año siguiente. El paisaje inglés no impresionó sobremanera a Monet, que realizó muy pocas vistas del mismo, a excepción de las Casas del Parlamento frente al Támesis, tema que repetiría –con mayor entusiasmo- en visitas posteriores. Lo verdaderamente decisivo de la estancia de Monet en Londres fue su visita a los Museos, donde conoció la obra de los grandes paisajistas ingleses, como Constable y, sobre todo, Joseph Mallord William Turner. Las marinas de Turner, con sus efectos de luz y atmósfera, marcaron la producción artística de Monet en los años siguientes.
Monet volvería a Inglaterra en visitas posteriores, la última de ellas en 1899-1900, ya en plena madurez. Y pese a que la visita de Monet en las islas será siempre más recordada por las espectaculares vistas del Parlamento de Londres entre la bruma, la primera estancia forma parte vital de la biografía del pintor francés por la importantísima influencia que las marinas de los artistas ingleses tuvieron en sus obras posteriores
¿Y Holanda? En realidad, Holanda fue para Monet amor a primera vista. “Todo es más hermoso de lo que nos habían contado (…) Aquí hay paisajes suficientes como para pintar durante toda la vida” Monet se sintió inmediatamente fascinado por el paisaje holandés, es especial el pueblo de Zaandam, con sus barcas y molinos. Tal vez, al contemplar las obras de Hobbema y van Ruysdael, resurgió su juvenil admiración por Jongkind. O tal vez el amor por el paisaje puro de estos antiguos maestros envalentonó al artista hacia nuevos campos. Pero lo cierto es que la influencia holandesa no se limita sólo a los lienzos que Monet pintó en los Países Bajos, sino que es claramente visible en muchas de las marinas posteriores creadas en la costa de Normandía.
Una obra icónica: “Impresión: salida de sol”
“El papel sin pintar de las paredes está mejor terminado que esta marina” escribió un agudo crítico de la época sobre este lienzo, expuesto en la primera exposición impresionista de 1877. No se trató de una crítica aislada, sino que es tan solo un ejemplo de cómo los críticos de la época (excepción hecha de algunos jóvenes amigos de los impresionistas) reaccionaron ante esta pintura, y por extensión, ante la pintura impresionista (movimiento que, a la larga, debería su nombre a esta marina) No resulta sorprendente, pues, que nadie ofreciera los 1,000 francos que Monet pedía por esta pintura.
Nuestros ojos acostumbrados al Arte moderno son sin duda mucho más agradecidos con esta obra. Lo primero que llama la atención es la intensa bruma, que funde las formas y los colores del lienzo, haciendo casi imposible discernir las formas de las chimeneas y la maquinaria de los astilleros que se intuyen en el fondo. La obra carece de cualquier elemento que determine el orden o la composición (tan solo pueden ayudarnos el difuso horizonte quebrado por las siluetas de los astilleros y el corto pero intenso reflejo del sol en el mar) de manera que las dos barcas que observamos parecen flotar en un mar de niebla, informe e ilimitado.Sin duda hay mucha influencia de Turner en esta obra, tanto en el efecto atmosférico como en el casi contradictorio protagonismo del sol, llamativo pero casi impotente frente a la inmensa bruma, en un efecto que recuerda al “Aníbal cruzando los Alpes” del pintor inglés. Pero la pincelada impresionista de Monet va más allá, otorgando a la superficie del cuadro –en especial a la inferior- una cualidad casi abstracta
La madurez: los acantilados de Normandía
Entre 1881 y 1883 Monet realizó una serie de viajes por distintos pueblos de la costa normanda, como Dieppe, Trouville o Pourville, donde encontró paisajes suficientes como para satisfacer su apetito creativo. Al contrario que en otras marinas anteriores, Monet parece centrarse más en el paisaje costero que en el propio océano, aprovechando el dramatismo de la escarpada costa normanda y sus espectaculares acantilados.
Casi todas las pinturas de paisajes marinos están inevitablemente dotadas de una marcada horizontalidad, interpretando el horizonte, el límite entre cielo y mar, como elemento clave en la composición. Muchas obras de Monet de este periodo resultan impactantes por su intención de dejar de lado esta imposición y, aprovechando los espectaculares acantilados de la costa normanda, crear una composición asimétrica y de gran verticalidad. Un buen ejemplo de esto es “El acantilado de Dieppe” (1882, Zurich, Kunsthaus Zurich) en el que los tradicionales dos planos horizontales (cielo y mar) de las marinas se rompen, y la composición queda dividida en dos planos verticales (tierra/acantilado y mar). Este efecto, también logrado en “Playa de Etretat” (1883, Paris, Musée d’Orsay) o la célebre “La Manneporte”, en sus distintas versiones, alcanza su máximo efecto en la serie de pinturas que analizaremos a continuación.
Nuevos conceptos: la cabaña de los aduaneros en Varengeville
Una de las mayores contribuciones de Claude Monet al Arte moderno fue la introducción de la idea de “serie”, esto es, un mismo tema o modelo representado en distintos momentos, de manera que el objeto material representado va perdiendo importancia en aras de otros elementos inmateriales como la luz y el color, y cómo estos últimos varían con el paso del tiempo. Este concepto, desarrollado posteriormente por Monet en sus “almiares” (1891) y “álamos en el Epte” (1891), y que alcanzó su cénit con “La Catedral de Rouen” (1894), tiene un importante precedente en las vistas de la cabaña de los aduaneros de Varengeville (1882).
Claude Monet: «Cabaña de los aduaneros en Varengeville» (1882) – Filadelfia, Museo de Arte ·· Claude Monet: «Cabaña de los aduaneros, efecto matutino» (1882) – Colección privada
Aunque no son ni de lejos tan famosas como las célebres series anteriormente citadas, el análisis de la “Cabaña de los aduaneros de Varengeville” resulta fascinante. Por ejemplo, si en el ejemplar expuesto en el Museo de Arte de Filadelfia la composición resulta prácticamente idéntica a la de la ya comentada “El acantilado de Dieppe”, en un ejemplar conservado en una colección privada americana el dramatismo de la composición no se limita tan sólo a la verticalidad, sino que se refuerza con la asimetría provocada por la diagonal del acantilado.
Algo más que mar y roca: “La Manneporte”
El concepto de “serie” vuelve a ser explorado por Monet en una de sus composiciones más repetidas y originales de esta etapa: la Manneporte, un espectacular arco de roca situado en un acantilado cercano a Etretat. Al contrario que en obras anteriores, Monet renuncia al entorno y al conjunto, para centrarse de forma exclusiva en el dramático arco de roca y su encuentro con el mar.
Manneporte, fotografía de Herman Beun ·· Claude Monet: «La Manneporte» (1883) – Nueva York, Metropolitan
En el famoso lienzo del Museo Metropolitano de Nueva York, este encuentro entre roca y mar en la parte izquierda del cuadro está muy difuso, de manera que resulta muy difícil adivinar dónde empieza uno y dónde acaba otro. En otros ejemplos de esta composición, como el lienzo expuesto en el Museo de Arte de Cleveland, Monet va más allá y excluye este encuentro de la vista del espectador, de manera que la Manneporte parece una colosal columna de roca que surge del propio océano embravecido. En estos ejemplos se aprecia ya un grado de abstracción que Monet exploraría en la década siguiente.
Mar salvaje, mar de luz: de la Bretaña al Mediterráneo
En la segunda mitad de la década de 1880, Monet realizó dos viajes a distintos puntos de la costa francesa, muy cercanos en el tiempo pero muy diferentes en cuanto a paisaje y estancia. Así, en 1886 Monet alquiló una habitación en un pequeño albergue cerca de Belle-Ille, donde quedó inmediatamente fascinado por el paisaje “hermoso” pero a la vez “terrible” de la costa de la Bretaña, más violenta y feroz que la de Normandía. En “Tormenta en Belle-Ille” (1886, Paris, Musée d’Orsay) el fuerte batir del mar sobre los pináculos de rocas recuerdan a “La Manneporte”, pero en esta ocasión la superficie del mar cobra un mayor protagonismo, y la pincelada gruesa y potente acentúa el efecto violento de la tormenta. La violencia del clima y la representación en sombra de los acantilados son un elemento casi constante en los lienzos pintados en Bretaña
Dos años después, Monet alquiló durante tres meses un pequeño castillo en Antibes, en la Costa Azul francesa. El paisaje –“tan lleno de luz”- del Mediterráneo enamoró al artista, que trabajó como un obseso para conseguir los tonos turquesas y rosados de la luz mediterránea.
Aquí en Antibes concluye nuestro viaje por la relación entre Monet y el mar. No fueron éstos sus últimos lienzos representando el mar, ya que en la década siguiente Monet realizó vistas de Purville e incluso algunos paisajes escandinavos durante su breve viaje a Noruega, pero no representaron un punto clave en la carrera de Monet, centrado ya en sus grandes series de almiares, catedrales y nenúfares. E incluso en obras tan importantes como esas, los frutos de los experimentos de Monet en sus paisajes marinos son fácilmente advertibles.
Claude Monet: «Bordighera» (1884) – Chicago, Art Institute ·· Claude Monet: «Montañas de Esterel» (1888) – Londres, Courtald Galleries
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