El Océano en Pintura · 10 grandes paisajes marinos
por G. Fernández – theartwolf.com
10- FITZ HUGH LANE
«Becalmed off Halfway Rock», 1869 (Washington, National Gallery)
óleo sobre lienzo, 70.4-120.5 cm.
Considerado como uno de los mejores pintores navales de todos los tiempos, Lane parece actuar más como un «retratista de navíos» que como un tradicional marinista . En este óleo, el artista retrata con maestría dos grandes navíos, acompañados por tres buques de apoyo, rodeando una pequeña roca que, sin embargo, cobra una importancia fundamental dentro de la composición.
9. IVAN AIVAZOVSKY
«La novena ola», 1850 (Museo Estatal, San Petersburgo)
óleo sobre lienzo, 221-332 cm.
Pintor devoto a las marinas donde los haya, Aivazovsky logra en esta pintura una perfección técnica absoluta, presentando a unos desafortunados náufragos intentando sobrevivir a las despiadadas embestidas en forma de olas del océano. El centro de la composición, no obstante, es la potente, casi mística, representación difusa del sol, que ilumina la escena con una extraña, onírica gama de tonos rosados y verdosos.
8. CASPAR DAVID FRIEDRICH
«El monje frente al mar», 1809/10 (Berlin Nationalgalerie)
óleo sobre lienzo, 110-172 cm.
Frente a la gloriosa calma de Lane o la dramática exhuberancia de Aivazovsky, aquí contemplamos una obra mucho más difícil de interpretar. La llamativa horizontalidad del cuadro, y el evidente contraste entre la escala del mar y la del monje, empequeñecido hasta casi la insignificancia, llenan el cuadro con un mensaje romántico no siempre fácil de dilucidar. ¿Es el mar un fondo neutro a las cavilaciones del monje, o por el contrario asistimos a un extraño diálogo entre éste y el inabarcable océano, espejo místico de las deliberaciones del hombre?
7. FREDERIC EDWIN CHURCH
«Los icebergs», 1861 (Dallas Museum of Art)
óleo sobre lienzo, 163.2-285.1 cm.
La muerte helada. Bella y exuberante a primera vista, esta magistral pintura de Church se nos revela, no obstante, como siniestra y terrible, al mostrar los restos de un naufragio en el que poco importa si sus protagonistas han sobrevivido o no: los crueles y helados icebergs acabarán pronto con ellos si la violencia del accidente no lo ha hecho. La brutal belleza de la pintura, una de las obras maestras de la pintura americana del XIX, es tal que convierte la historia del Titanic en un mal chiste.
6. RICHARD DIEBENKORN
«Ocean Horizon», 1959 (Colección privada)
óleo sobre lienzo, 177.8-162.6
Las marinas urbanas de Diebenkorn ofrecen una visión única y contemporánea del océano; domesticado, amigable y apetecible. Al contrario que en sus abstractos y más complejos Ocean Parks, el Ocean Horizon presenta una composición muy sencilla en la que, a través de una ventana, el espectador contempla tres planos que corresponden a la tierra, el mar y el cielo. Siguiendo la quebrada línea marcada por los cables eléctricos, el mar se nos presenta tan accesible como la pequeña taza de café que aparece en primer plano.
5. CLAUDE MONET
«La terraza de Sainte Adresse», 1867 (Nueva York, Metropolitan Museum)
óleo sobre lienzo, 98.1-129.9 cm.
Esta gloriosa pintura presenta un paralelismo claro con la de Diebenkorn al presentar el mar (en este caso el Atlántico francés) como humano, amigable, incluso como un espacio de recreo más para la sociedad ociosa. De nuevo tres planos de tierra, mar y cielo dividen y jerarquizan la composición, organizada verticalmente por las dos banderas que ondean vivamente por la suave brisa del océano. La pintura tiene un encanto tal que nos sentimos inmediatamente tentados a sentarnos en una de las sillas vacías a disfrutar de esta plácida tarde de domingo. Frente a esta marina amable , digamos también que Monet representó el mar lleno de furia y braveza en pinturas como «La Manneporte».
4. WINSLOW HOMER
«The Gulf Stream», 1899 (New York, Metropolitan Museum of Art)
óleo sobre lienzo, 71.5-124.8 cm.
Toda la amabilidad y humanidad que el mar presentaba en las dos pinturas precedentes queda aniquilada en esta devastadora obra de Homer. Realmente, la terrible expresividad, rayana en lo macabro de la obra hace innecesaria cualquier comentario, mientras asistimos impotentes a un final seguramente trágico del desafortunado marino, representado sin prescindir de una cierta exageración, evidencia quizás de la formación como reportero gráfico de Winslow Homer.
3. THEODORE GERICAULT
«La balsa de la Medusa», 1819 (Paris, Museo del Louvre)
óleo sobre lienzo, 491-716 cm.
Poco puede decirse de esta celebérrima obra que no se haya dicho ya: Gericault crea un cuadro que políticamente es tremendamente incorrecto, narrando las miserias de un grupo de náufragos abandonados a su suerte tras el naufragio del navío Medusa . Podría decirse incluso que la pintura no es exactamente una marina, sino una composición triangular clásica en el que las reacciones humanas se gradúan desde la exacerbada esperanza de aquellos que, situados en la cúspide de esta pirámide, han avistado un barco salvador, hasta el hombre que, velando el cadáver de un joven que tal vez sea su hijo, ha perdido cualquier esperanza y espera resignado la muerte. En la obra de Gericault el mar circundante no tiene nada de bello: es el villano, el asesino, el depredador que, al acecho de nuevas víctimas, le basta con esperar que el tiempo se cumpla para llevar a cabo sus despiadados planes.
2. KATSUSHIKA HOKUSAI
«La ola» (La gran ola de Kanagawa), c.1830
Grabado, 25.4-38 cm.
La pintura y el grabado japonés siempre nos han ofrecido una visión diferente, casi mística, de los fenómenos naturales. La ola es aquí mucho más que una mera circunstancia oceánica: es un monstruo, un gigantesco leviatán que amenaza con sus colmillos a las ágiles y audaces barcas que cruzan, flexibles, el mar. La terrible garra del océano es tan poderosa que parece ir a devorar incluso al sagrado monte Fuji, que se nos presenta al fondo como una víctima más de la demoníaca ola.
1. JOSEPH MALLORD WILLIAM TURNER
«El valiente Temeraire remolcado para ser destruido», 1839 (Londres, National Gallery)
Óleo sobre lienzo, 91- 122 cm .
Turner es el mejor paisajista de todos los tiempos, y de no habernos autoimpuesto la norma de no destacar más de una obra por autor, al menos otras dos o tres obras más del inglés (Ulises mofándose de Polifemo, Paz – exequias en el mar.) podrían figurar en esta lista. Audaz y técnicamente perfecto, el cuadro de Turner es una visión insólita de los protagonistas del mar: en vez de mostrar un glorioso navío en su máximo esplendor y plenitud (como Fitz Hugh Lane) Turner rinde homenaje al valiente Temeraire narrando su último capítulo, su viaje previo al desguace. A destacar que la pintura fue escogida como la mejor de Inglaterra en una encuesta llevada a cabo por la National Gallery de Londres en el año 2005.
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