Saltar al contenido

Destrucción & Cancelación · Los desastres culturales de la guerra

G. Fernández · theartwolf.com · 13 de marzo de 2022
Oscurecido en parte por el drama humano y el temor a una muy probable crisis económica, la invasión rusa a Ucrania ha provocado un terremoto en el mundo del arte y la cultura, cuyos efectos apenas estamos empezando a asimilar.

Hermitage Amsterdam
Museo Hermitage Ámsterdam. Fotografía de A.A.W.J. Rietman (recortada)
Licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International.

La invasión rusa a Ucrania, comenzada el pasado 24 de febrero, ha provocado una casi unánime condena internacional. Las cifras del drama humano provocado por la invasión son aterradoras. A fecha de emisión de este artículo, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) calcula en 2,6 millones el número de personas que ha tenido que abandonar su hogar tras la invasión. Por su parte, el último balance de la ONU habla de aproximadamente medio millar de bajas civiles en Ucrania, aunque advirtiendo que la cifra real podría ser considerablemente más alta. Asimismo, el miedo a una crisis económica, energética e incluso de desabastecimiento de alimentos y materias primas oscurece todavía más el panorama global, que poco a poco parecía estar empezando a superar los efectos de la pandemia del COVID-19.

Estos atentados contra las necesidades básicas* (alimentos, energía, e incluso contra la propia vida) deja en segundo plano los efectos de la guerra en el arte y la cultura. Y, no obstante, dichos efectos son numerosos, profundos, y en muchos casos irreparables, afectando tanto a nivel local como global.

* No es el objeto de este artículo profundizar en el debate sobre si el arte o la cultura constituyen una necesidad “básica”. Jean Dubuffet declaró en una ocasión que “la necesidad del ser humano por el arte es absolutamente primordial, tan fuerte, y quizás más, que nuestra necesidad de pan. Sin pan, nos morimos de hambre, pero sin arte nos morimos de aburrimiento”, pero, cuando nos llegan noticias de un hospital en llamas, o de una familia muerta en su hogar, destruido bajo las bombas; resulta cuanto menos osado situar al arte en la cima de la pirámide de necesidades humanas.

Patrimonio en riesgo

La preocupación por la más que probable destrucción de patrimonio artístico ucraniano comenzó inmediatamente después de anunciarse los primeros ataques rusos, el 24 de febrero. Los antecedentes, como es fácil suponer, no son esperanzadores. En la memoria cultural del mundo están todavía relativamente recientes las pérdidas en el patrimonio causadas por conflictos recientes, como la destrucción de Palmira durante la Guerra Civil Siria, los saqueos al Museo Nacional de Irak durante la invasión de 2003, en la que también fue saqueado el Museo de Mosul, que sería parcialmente destruido por ISIS en 2017. Y, aunque menos comentados que los casos anteriores, la Guerra del Dombás en 2014, provocó también daños irreparables en el patrimonio ucraniano. Por ejemplo, el Museo Regional de Historia de Donetsk fue alcanzado por las bombas y aproximadamente un tercio de su colección fue destruida

Con la lógica precaución que debemos tomar al admitir como cierta la información que nos llega en tiempos de guerra, varias noticias aparecidas en las últimas semanas apuntan a que varios museos y monumentos han sufrido daños irreparables por los ataques rusos.

Gran parte del Museo de Historia de Ivankiv ha sido destruido por las llamas, que han destruido 25 obras de la artista popular ucraniana Maria Prymachenko (1909-1997). La magnífica Catedral de la Transfiguración de Chernígov, de origen bizantino y reconstruida durante el siglo XVIII, ha estado cerca de ser destruida o profundamente dañada por los misiles.

Debemos salvaguardar el patrimonio cultural de Ucrania, como testimonio del pasado pero también como catalizador de la paz y la cohesión para el futuro, que la comunidad internacional tiene el deber de proteger y preservar”, señaló Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO, en un comunicado público en relación a la situación del patrimonio cultural ucraniano. “El primer reto es marcar los sitios y monumentos del patrimonio cultural y recordar su condición especial de zonas protegidas en virtud del derecho internacional”. Palabras mesuradas para un discurso absolutamente vacío. Pues el derecho internacional también protege -al menos en teoría- la integridad territorial de un Estado, e incluso los corredores humanitarios acordados para el auxilio de la población civil, conceptos que Putin no ha respetado. Aunque sea doloroso admitirlo, el derecho internacional, en tiempos de guerra, es poco más que papel mojado.

Museos en guerra

El arte, ya lo dijo Picasso, “es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo”. Por tanto, hoy en día los museos han pasado a ser los arsenales de la guerra cultural, librada en frentes hasta hace poco insospechados. Y en esta guerra silenciosa, el mayor “arsenal” del mundo es el Museo Hermitage de San Petersburgo (dirigido por Mikhail Piotrovski, a quien varias fuentes consideran “muy cercano a Vladimir Putin”), cuyo nombre ha pasado de ser un símbolo de prestigio (como Louvre o Guggenheim) a convertirse en una marca de peligrosa asociación.

Imágenes: Museo Ruso en Málaga. Fotografía de El Pantera, licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International ·· Rafael: “La Sagrada Familia”, 1506-07. Hermitage, San Petersburgo.

El Hermitage Ámsterdam, la filial holandesa del coloso ruso, ha emitido un comunicado en el que anuncia que pone fin a toda colaboración con el Hermitage de San Petersburgo. “Durante las últimas décadas, las colaboraciones con nuestros socios rusos han sido armoniosas. Las diferencias de opinión siempre han resultado salvables. Ello dio lugar a hermosas y concurridas exposiciones en Ámsterdam. Con la invasión del ejército ruso en Ucrania, se ha cruzado una frontera. La guerra lo destruye todo. Incluso 30 años de colaboración. El Hermitage de Ámsterdam no tiene otra opción. Como todo el mundo, deseamos la paz. Y también que haya cambios en el futuro de Rusia que nos permitan restablecer los lazos con el Hermitage de San Petersburgo”. Asimismo, la exposición “Vanguardia Rusa | Revolución en las Artes”, inaugurada el pasado 29 de enero y cuya clausura estaba prevista para enero del año que viene, ha sido “cerrada hasta próximo aviso”. De forma similar, la Hermitage Foundation del Reino Unido también ha cancelado su colaboración con el museo ruso, indicando que  “estamos profundamente conmocionados por los acontecimientos en Ucrania y hemos suspendido todas nuestras actividades con efecto inmediato y cancelado todos los eventos programados”.

Por otra parte, hasta hace pocas semanas, varias ciudades españolas habían entrado en la puja por albergar la sede del Museo Hermitage en España, con Málaga y Granada como favoritas tras la retirada de Barcelona como candidata. Todo ha saltado por los aires tras la invasión de Ucrania. Por su parte, el Hermitage de San Petersburgo, no se ha quedado de brazos cruzados y ya ha cancelado el préstamo de “La Sagrada Familia” de Rafael a la histórica exposición del maestro renacentista que se inaugurará en la National Gallery de Londres el próximo 9 de abril, además de exigir a Italia el regreso de varias obras en préstamo, incluyendo «Joven con sombrero de plumas» de Tiziano, prestado al Palazzo Reale de Milán.

El deseo de cortar cualquier vínculo con el considerado como bando rival afecta no solo a marcas, sino a individuos. La semana pasada, Vladimir Potanin, dueño del complejo minero de níquel de Norilsk, y una de las 100 personas más ricas del mundo según la revista Forbes, anunció su dimisión como parte del consejo de administración del Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York. Sin estar claro cuánto ha pesado en esta decisión la voluntad de Potanin y la del resto del consejo de administración, no es difícil deducir que la decisión supone un alivio para el museo, uno de los más visitados del mundo.

Un caso especialmente espinoso lo constituye el Museo Ruso de Málaga, sede malagueña del Museo Estatal Ruso. Al contrario que el Hermitage de Ámsterdam, el museo no ha emitido ningún comunicado de condena a la invasión, ni ha mostrado ninguna intención de cortar lazos con su matriz de San Petersburgo. En su cuenta de Twitter, el museo hizo un llamamiento “en contra del uso de la fuerza y a favor del diálogo”, pero evitando condenar la invasión rusa, como sí hizo, pocas horas después del inicio de la invasión, el Consejo Internacional de Museos. Desde entonces, continua el debate sobre si el museo debería o no seguir abierto, con opiniones enfrentadas en cuanto si el museo debe considerarse como un valioso centro cultural o como un instrumento más de la propaganda prorrusa, conceptos que, por cierto, no son en absoluto excluyentes entre sí.

Cancelación de cultura rusa

El debate anteriormente comentado sobre el papel del museo Ruso nos traslada a otro tema más complejo. En un contexto en el que diversas compañías (desde Apple a Meta, y desde McDonald’s a Coca-cola) han anunciado que no venderán ni prestarán servicios en Rusia, estableciendo así un boicot masivo que afectará a la población rusa, sin distinguir entre aquellos que apoyan la invasión y aquellos que se oponen a ella (llegando hasta el punto de ser detenidos por su oposición pública a la guerra), ¿deben los artistas, creadores, e incluso las instituciones culturales privadas rusas pagar por los hechos cometidos por su gobierno?

AntiWar Graffiti - Mauerpark Berlin
Grafiti «Stop War» de Eme FreeThinker en el Mauerpark de Berlín, Alemania

La rabia generada por la invasión ha dado lugar a una serie de propuestas polémicas (y en mi opinión irracionales) que supondrían en la práctica una cancelación de la cultura rusa, independientemente de la considerada como “propaganda del Kremlin” y aquella realizada por creadores independientes, actuales o incluso muy anteriores a Putin y su régimen. Por ejemplo, el profesor y escritor Paolo Nori denunció que su ciclo de conferencias sobre el escritor ruso Fiódor Dostoievski (1821-1881) había sido cancelado por la Universidad Bicocca de Milán, que posteriormente dio marcha atrás ante la polémica generada. Esto no impidió, no obstante, que varios estudiantes pidiesen que la estatua del escritor en Florencia fuese derribada.

El pasado 28 de febrero, el Glasgow Film Festival anunció que retiraría de su programación dos películas rusas, entre ellas “No Looking Back” del director Kirill Sokolov, quien se ha opuesto públicamente a la guerra, llegando a firmar, según publica The New York Times, varias peticiones por el fin de la invasión, algo arriesgado tras las recientes sanciones aprobadas por Putin. El Festival se defendió argumentando que las dos películas retiradas “habían contado con financiación pública del Estado Ruso”. Por su parte, la Bienal de Venecia anunció la semana pasada que no aceptará la participación de instituciones o individuos vinculadas al Gobierno ruso, aunque sí aceptará a artistas que se opongan al régimen de Vladimir Putin. En un comunicado público, la Biennale indica que “no aceptará la presencia en ninguno de sus actos de delegaciones oficiales, instituciones o personas vinculadas de alguna manera al gobierno ruso.

Esto añade un matiz importante al debate anteriormente mencionado. ¿Es legítimo censurar a aquellos creadores que no se hayan opuesto a la invasión rusa, incluso en algunos casos mostrando afinidad con Putin y su régimen?

Esta es, en mi opinión, una idea peligrosa, tóxica bajo la apariencia de bienintencionada. El sempiterno debate de la separación de obra de arte y autor, que abre la puerta a una censura en la que la principal perjudicada es la propia cultura. ¿Debemos retirar de los museos las obras de Emil Nolde por su cercanía al nazismo? ¿Es apropiado retirar de la programación las películas de Roman Polanski por su caso nunca resuelto de abusos sexuales sobre una menor? ¿Qué hacemos con Degas y su antisemitismo (y su probada misoginia)?

Esta guerra se ha cobrado ya demasiadas víctimas, y no ha hecho más que empezar. El arte y la cultura sufrirán daños irreparables bajo bombas y misiles, pero todavía está en manos de todos evitar que lo hagan bajo una autocomplaciente y cínica censura.

Follow us on:

Destrucción & Cancelación · Los desastres culturales de la guerra