Nueva Arquitectura en España – más allá del mito
Hace ya semanas leí con gran sorpresa y alegría las noticias sobre la exposición sobre arquitectura contemporánea en España que el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) va a llevar a cabo durante los próximos meses. Pero en los últimos días, la alegría se ha ido tornando en inquietud al tener constancia de la a mi entender discutible selección de obras que se expondrá en el Museo neoyorquino. Obras ciertamente muy vistosas, muy apropiadas para una exposición o una revista especializada, pero con aspectos algo oscuros una vez que son analizadas a fondo.
por theartwolf.com
Desde luego es realmente difícil no sentirse interesado por la arquitectura española contemporánea. La recuperación económica, anímica y cultural que supuso el fin del franquismo y la transición democrática, unida a impulsos puntuales como el «efecto 92» (Olimpiadas y Expo Universal de Sevilla ’92) ha hecho de España un centro de experimentación creativa de primer orden, en el que la arquitectura se sitúa en lugar preponderante. El carácter multicultural, incluso multinacional de España, unido a la variedad climática y paisajística, ha creado un amplio abanico de respuestas arquitectónicas, algunas más afortunadas que otras.
Jean Nouvel: Torre Agbar. Nuevo símbolo… no para todos
EL CASO DE BARCELONA
En este contexto, ninguna otra ciudad española resulta más interesante y paradigmática que Barcelona. Tras la inyección económica y cultural recibida con motivo de las Olimpiadas del año 1992, la capital catalana se convirtió en el santo y seña de la vanguardia arquitectónica hispana, y posiblemente -junto a Londres y las nuevas intervenciones llevadas a cabo en las metrópolis alemanas tras la caída del muro de Berlín- en el conjunto de arquitectura contemporánea más interesante de Europa
Detengámonos aquí en una de las estrellas de la exposición del MOMA: la Torre Agbar , de Jean Nouvel, un espectacular caleidoscopio de acero y vidrio de forma. bien, cree usted el símil que más le guste, pero recuerde que puede haber niños delante. Si bien el edificio tiene una indudable belleza, la historia que lo acompaña posee algunos capítulos bastante oscuros.
Como en casi todas las grandes obras arquitectónicas emprendidas en los últimos años, el aparato propagandístico que precedió a su construcción se encargó de proclamar a los cuatro vientos las dos grandes aportaciones que la nueva Jungla de cristal iba a aportar a la ciudad condal: la torre se iba a convertir, de la noche a la mañana, en un nuevo símbolo de la ciudad, desbancando a la Sagrada Familia o a la popular Pedrera ; e iba a constituir un impulso revitalizador para un sector de la ciudad que -eso si que es indudable- se encontraba bastante deprimida.
El resultado, no obstante, fue bastante discutible: en una ciudad poseedora del esplendor gótico de su Catedral, el ordenado planeamiento del ensanche de Cerdá -posiblemente la actuación urbanística más importante de la Europa del XIX- la belleza orgánica y casi mística de Gaudí, e incluso la magistral racionalidad del Pabellón Barcelona de Mies van der Rohe, hace falta más que una colorista torre fálica para llegar a la categoría de símbolo -categoría que, por otro lado, suele resultar engañosa cuando se habla de arquitectura-. Con respecto al impulso que el coloso caleidoscópico iba a proporcionar a los alrededores, una simple visita al lugar confirmó mis peores presagios: dicho impulso sencillamente no existe, y el edificio aparece ensimismado, autónomo y egoísta, existiendo un nulo diálogo entre el nuevo rico y sus poco afortunados vecinos.
Eso sí, la vista nocturna es espectacular, y sin duda los vendedores de postales le estarán muy agradecidos al amigo Nouvel.
Otra intervención arquitectónica de campanillas es el recinto creado con motivo del Forum de las Culturas del año 2004. Dejando al margen cuestiones polémicas de tipo económico (el Forum, pese al astronómico precio de las entradas, resultó decepcionante en este aspecto) o ecológico (se criticó, no sin razón, el impacto medioambiental de un recinto situado a la orilla del Mediterráneo) un simple análisis a la situación actual del conjunto plantea una pregunta muy repetida en este tipo de intervenciones: ¿Y ahora qué? ¿Qué destino -o sea, qué función- espera al recinto, incluido el muy bello edificio de Herzog y de Meuron? Dos años después, la pregunta sigue sin respuesta, y la estampa del conjunto es la viva imagen de la desolación.
Intrincada carpintería en la Torre Agbar
Desolation row… El Forum de las Culturas un año después
T4: la Terminal de las almas (maletas) perdidas
LA CIUDAD DE LA CULTURA
La monstruosidad firmada por Peter Eisenman y que se está construyendo -lentamente- en las afueras de Santiago es resultado de un proyecto ganador de un concurso internacional convocado por la Xunta de Galicia a fin de crear un «distrito cultural» para el pueblo gallego. ¿Tiene algo criticable un proyecto con un fin tan loable como ese? Pues sí lo tiene. Vaya que sí.
El primer punto criticado desde un principio fue su discutible emplazamiento, en una colina del extrarradio de la ciudad, totalmente desconectada del centro histórico y cultural, estableciéndose así como una «neociudad» introvertida y ensimismada, al margen de la ciudad existente, cuya característica más apreciada por vecinos y visitantes es su contenido tamaño, lo que posibilita que sea recorrida sin problemas a pie.
Desde un punto de vista formal y constructivo, la obra presenta también aspectos insostenibles. Dejemos que cada cual exprese su opinión sobre el tema formal, que al fin y al cabo es cuestión de gusto, pero lo cierto es que no existe una coherencia entre el aspecto exterior de los edificios y los interiores, homogeneizados por los falsos techos. Constructivamente, al margen de la escala desproporcionada de ciertos elementos, existen soluciones ciertamente discutibles, tal como la cubierta de la hemeroteca, edificio de 8,000 metros cuadrados , que se finaliza con una capa de cuarcita de espesor 5 cm., lo que aumenta el peso de forma absurda. A nuestros oídos ha llegado el rumor de que el proyecto original de Eisenman incluía una columna exenta y sin función estructural en medio del escenario del Teatro de la Ópera (¿?) y que un grupo de arquitectos gallegos hubo de convencerlo de que la eliminase con el argumento de que «en ocasiones los árboles no dejan ver el bosque».
Otro punto polémico: la funcionalidad de tan magna obra. ¿Necesita una ciudad culturalmente tan organizada como Santiago de Compostela semejante «contendor de cultura»? Obviamente no. No obstante, no se ha escatimado en dimensiones: el Teatro de la Música supera los 15,000 metros cuadrados . El edificio de «nuevas tecnologías» otorga una cifra similar. La hemeroteca -que se supone totalmente digitalizada- supera los 8,000. Paradigmático es el caso de la Biblioteca , una gigantesca cáscara de nuez de 42 metros de altura, 6 niveles y una superficie total de 11,000 metros cuadrados Pues bien, el periodista y escritor Ramón Chao comentó que hace unos años envió una serie de cartas a la Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia a fin de donar los fondos de su Biblioteca particular. Harto de no recibir respuesta alguna, terminó por contactar con el Instituto Cervantes, que aceptó raudo y veloz su iniciativa. Este ejemplo, aunque puede no venir muy al caso, sí refleja agudamente la política de «cultura» llevada a cabo durante el «fraguismo»: Primero, hacemos un museo de campanillas que llene la boca a los conselleiros y periodistas. Luego ya veremos que metemos dentro.
He dejado para el final el aspecto más vergonzoso de la obra, del que seguramente el MOMA no se haga reflejo: la escalada del coste de la obra desde su presupuesto inicial hasta las astronómicas cifras que se están barajando como posibles. Basta un solo dato: el presupuesto inicial, de 132 millones de euros, se ha triplicado, siendo el presupuesto licitado a día de hoy la friolera de 374 millones. Pero, en el improbable caso de que la obra llegue a concluirse según el proyecto inicial, la cifra podría aumentar, y muchos arquitectos ya calculan que el coste final podría superar -con creces- los 500 millones de euros (o sea, unos 200 euros por gallego). Esta cifra, por sí sola, basta para desautorizar a Eisenman, su proyecto, y a los delirantes políticos que lo permitieron y lo siguen defendiendo aún hoy en día.
La infame Ciudad de la Cultura, Eisenman (imagen de Febrero del 2006)
Colina natural, colina artificial: 364 millones… y subiendo
Calatrava: Museo de las Ciencias, Valencia
ARQUITECTURA POSITIVA
Por supuesto, no todo el panorama arquitectónico español es negativo, ni mucho menos. En los últimos años, se han llevado a cabo bastantes obras -algunas de ellas forman parte e la exposición neoyorquina- que pueden reconciliar al amante de la arquitectura frente a lo absurdo de obras precedentes.
Por ejemplo, una de mis mayores y más agradables sorpresas al revisar las obras mostradas en el MOMA fue comprobar la inclusión en la exposición del Centro de las Artes de A Coruña, obra del equipo de arquitectos Acebo y Alonso, quizás los más prometedores arquitectos españoles menores de 40 años. El edificio, mostrado a la izquierda, es, bajo su aspecto aparentemente simple e incluso anodino, un valiente experimento de aunar en un mismo contenedor dos programas distintos (Conservatorio y Museo de la Diputación ) Una piel de vidrio recubre el conservatorio de danza y rodea al esqueleto de hormigón que acoge al museo.
Incluso algunas obras bastante criticadas por parte de los arquitectos han demostrado, en pocos años, poseer más aspectos positivos que negativos. Aquí podemos hablar de Calatrava y su obra más significativa, el Museo de las Ciencias de Valencia. Cierto que la interpretación de la arquitectura que Calatrava posee, primando los aspectos casi de ingeniería, no es aceptada por un amplio sector de arquitectos, pero el resultado final ha cumplido todas sus expectativas, resultando un edificio muy apreciado por el público, de presupuesto razonablemente contenido, y que -al contrario que en el caso de la Torre de Jean Nouvel, sí ha servido para revitalizar una zona un tanto desangelada.
Lo dicho, bastantes obras para seguir con esperanza la evolución de la arquitectura española. Aunque aún hoy, casi todos los usuarios de la tan publicitada Terminal T4 del aeropuerto madrileño de Barajas sigan buscando sus maletas.
Acebo y Alonso: dicotomía museística
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