Surrealismo
La revolución del subconsciente
El surrealismo se basa en la creencia en la superioridad de ciertas formas de asociación hasta entonces poco atendidas, en la omnipotencia de los sueños, en el juego descuidado del pensamiento.
André Breton, ‘Primer manifiesto surrealista’, 1924
Pintura metafísica: Giorgio de Chirico: «La canción del amor», 1914. Óleo sobre lienzo. Museo de Arte Moderno de Nueva York ·· Surrealismo temprano: Joan Miró: “El Carnaval del Arlequín”, 1924-25. Óleo sobre lienzo. Albright-Knox Art Gallery, Buffalo
Ya se ha comentado en otros capítulos que prácticamente todo el arte de vanguardia es deudor en menor y mayor medida de los experimentos de los pintores postimpresionistas y, por tanto, del Impresionismo. Pero el Simbolismo, el enigmático estilo artístico de finales del XIX que fue en gran medida oscurecido por el Impresionismo, tuvo también sus admiradores en el siglo XX. Uno de ellos fue Giorgio de Chirico (1888-1978), italiano de familia noble que había conocido las obras de Arnold Böcklin durante su estancia en la Academia de Bellas Artes de Múnich. En una época en la que la tendencia dominante en el arte era la ruptura con el pasado, a De Chirico le interesaba el arte y la arquitectura antigua, que encontraba fascinante y enigmática. En cierta ocasión escribió: “recuerdo un vívido día de invierno en Versalles. El silencio y la calma reinaban. Todo me miraba con ojos misteriosos e interrogantes. Y entonces me di cuenta de que cada rincón del palacio, cada columna, cada ventana, poseía un espíritu, un alma impenetrable. Miré a mi alrededor, a los héroes de mármol, inmóviles en el aire lúcido, bajo los rayos helados de ese sol de invierno que se derrama sobre nosotros ‘sin amor’, como una canción perfecta.”
En el lustro que precedió a la Primera Guerra Mundial, Giorgio de Chirico creó las más conocidas de sus Pinturas metafísicas, en la que, de un modo similar a la pintura simbolista, la yuxtaposición de elementos que en apariencia no guardan ninguna relación entre ellos crea escenas enigmáticas, generalmente desarrolladas en escenarios como plazas y calles de aspecto renacentista, con un efecto que transmite a la vez calma e inquietud. «La superficie plana de un océano perfectamente tranquilo nos perturba”, escribió el pintor, “por todo lo desconocido que se esconde en la profundidad«. Tras el fin de la guerra, el hasta entonces futurista Carlo Carrà (1881-1966) seguiría el estilo de De Chirico, como también lo haría -brevemente- Giorgio Morandi (1890-1964).
La pintura metafísica (y por tanto el simbolismo) y el Dada (comentado en una entrada anterior) son las influencias más claras del Surrealismo, al que también se le han atribuido antecedentes más lejanos en el tiempo, como las pinturas de El Bosco o Giuseppe Arcimboldo. André Bretón (1896-1966), que había formado parte del dadaísmo, publicó en 1924 el Manifiesto del Surrealismo, en el que definía el Surrealismo como un “automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.” Bretón negó rotundamente que el Surrealismo procediera del Dada, pero es innegable que, con su cuestionamiento total de las bases más profundas del arte, el Dada dejó abierta una puerta por la que el Surrealismo pudo entrar. Y, al contrario que los dadaístas, el Surrealismo adoptó en el fondo una actitud constructiva, buscando la reforma del arte frente a la negación dadaísta. “La diferencia fundamental es el optimismo surrealista -la creencia en la posibilidad de llevar a cabo un cambio- frente al nihilismo dadaísta. Para unos no hay más que risa, para otros queda la revolución” (María Santos García Felguera: “Las vanguardias históricas”, 1993).
Surrealismo: René Magritte: «Ceci n’est pas une pipe (esto no es una pipa)«, 1928-29. Óleo sobre lienzo. Los Angeles County Museum of Art (LACMA) ·· Salvador Dalí: «La persistencia de la memoria», 1931. Óleo sobre lienzo. Museo de Arte Moderno de Nueva York
En la segunda mitad de la década de 1920 se unirían a Bretón las que serían las principales figuras del arte surrealista. Parece apropiado empezar por Salvador Dalí (1904-1989), tal vez el mayor emblema del surrealismo, excéntrico y megalómano, “el primero en explotar consecuentemente los descubrimientos de Freud, y en insistir en que la locura es un derecho legítimo del hombre” (Conroy Maddox. “Salvador Dalí”, 1979). Más allá de su controvertida vida e ideas (Bretón lo expulsó del movimiento surrealista cuando Dalí se negó a condenar a los nazis), la pintura paranoico-crítica de Dalí es uno de los grandes logros del arte de entreguerras. Catalán como Dalí fue Joan Miró (1893-1983), a quien André Bretón definió como “el más surrealista de todos nosotros”, pese a que su estilo enormemente personal no encaja por completo en los principios del surrealismo. En este sentido, “Miró fue creando un inconfundible vocabulario de símbolos e ideogramas al tiempo que fundaba un nuevo espacio pictórico; todo ello de forma natural, sin proponérselo. El surrealismo fue el trampolín que le permitió dar ese salto” (Melania Rebull Trudel: “Joan Miró”, 1994).
En Francia destaca la figura de Max Ernst (1891-1976), quien al igual que Bretón había participado en el Dadaísmo, y al que el historiador Herbert Read comparó con William Blake por su originalidad y polifacética obra. André Masson (1896-1987) fue uno de los primeros en adoptar el estilo surrealista, participando en la primera exposición del grupo, en la Galerie Pierre de París en 1925. Yves Tanguy (1900-1955) desarrolló un estilo personal de surrealismo casi abstracto. Valentine Hugo (1887-1968) es conocida sobre todo por sus ilustraciones y por su trabajo para los ballets rusos. Por su parte, Pablo Picasso se interesó también por el movimiento, llegando a exponer en la anteriormente mencionada exposición de 1925. La huella surrealista es inconfundible en obras tan célebres como su “Guernica” de 1937 o los sensuales retratos de Marie-Thérèse Walter de principios de la década de 1930.
En Bélgica, la principal figura del Surrealismo fue René Magritte (1898-1967). Frente a la fantasía paranoico-crítica de Dalí y las constelaciones casi abstractas de Miró, Magritte buscó la provocación mediante la manipulación de conceptos e imágenes cotidianas. Artista enormemente prolífico, autor de más de mil pinturas, Magritte se inspiró tanto en el simbolismo de sus compatriotas William Degouve de Nuncques y Fernand Khnopff como en la pintura metafísica de Giorgio de Chirico para crear su estilo único, logrando crear algunas de las obras más famosas del surrealismo. La obra de Magritte tuvo una gran influencia en la de su compatriota Paul Delvaux (1897-1994).
Surrealismo en Latinoamérica: Roberto Matta: «Morfología Psicológica», 1939. Centro de Arte Reina Sofía, Madrid ·· Remedios Varo: «Creación de las aves», 1957. Óleo sobre lienzo. Museo de Arte Moderno, Ciudad de México.
El Surrealismo tuvo una importante presencia en Latinoamérica. Las pintoras Remedios Varo (1908-1963) y Leonora Carrington (1917-2011), nacionalizadas mexicanas, habían conocido en Francia a Bretón y a Masson, y tras su exilio a México introdujeron el estilo surrealista en el país, lo que también hizo el cubano Wilfredo Lam (1902-1982). El chileno Roberto Matta (1911-2002), llamado a veces “el último surrealista” (aunque tal honor debería corresponder a Carrington), desarrolló un fascinante estilo de surrealismo abstracto que resulta a veces más audaz que el Expresionismo Abstracto que aparecería años después. A menudo se encuadra dentro del Surrealismo a Frida Kahlo (1907-1954), si bien la artista lo negó con su particular estilo de trágica resignación: “pensaban que era una surrealista, pero no lo era. Nunca pinté sueños. Pinté mi propia realidad”.
G. Fernández · theartwolf.com
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