Fauvismo
El poder de la pintura pura
Pero aquí se encuentra, sobre todo en la obra de Matisse la pintura fuera de toda contingencia, la pintura en sí misma, el acto de la pintura pura. (…) Finalmente todos los factores de representación y de sentimiento están excluidos de la obra de arte. (…) Se trata, en efecto, de una búsqueda de lo absoluto. Sin embargo, extraña contradicción, este absoluto está limitado por la única cosa del mundo que es más relativa: la emoción individual.»
Maurice Denis, 1905
Imágenes: Henri Matisse: » Bonheur de Vivre (La Alegría de vivir)», 1905-06. Óleo sobre lienzo. Fundación Barnes, Filadelfia ·· André Derain: «Les voiles rouges», 1906. Óleo sobre lienzo. Colección privada
La semilla del Impresionismo, como hemos visto en capítulos anteriores, se plantó en el llamado “Salón de los Rechazados” -nombre algo despectivo dado al espacio reservado a aquellos artistas rechazados por el elitista Salón de París- en 1863. Las burlas y el escaso éxito hizo que, pese a las peticiones de varios artistas, no hubiera una segunda edición de este “salón alternativo”, pero once años después el grupo impresionista había logrado la suficiente unidad como para organizar por su propia cuenta la Primera Exposición Impresionista, que en realidad no fue más que un “Salón de los Rechazados” monotemático. Pese al rechazo inicial, en los primeros años del siglo XX el Impresionismo había logrado ya un reconocimiento importante, lo que en 1903 llevó al arquitecto y crítico de arte Frantz Jourdain a pensar que podría ser buena idea organizar un nuevo Salón alternativo, dedicado a artistas jóvenes, con la esperanza de que estos lograsen, a medio o largo plazo, un reconocimiento similar al del Impresionismo.
La propuesta de Jourdain tenía varias ideas interesantes. En primer lugar, organizó su Salón en otoño –llamándole, de hecho, Salon d’Automne-, por lo que no coincidiría con los salones oficiales que se celebraban en primavera. Animó también a los artistas a exponer pinturas creadas au plein air durante el verano, y abrió las puertas a nuevas disciplinas artísticas, como la fotografía. Visto en retrospectiva, conociendo lo fructífero –desde el punto de vista artístico- que fueron los primeros años del siglo XX, era solo cuestión de tiempo que el Salón de Otoño viera el nacimiento de un grupo, un estilo, un movimiento que cambiase la historia del arte. Y ese momento llegó en la tercera edición del Salón, en 1905.
En dicha edición, un grupo de artistas jóvenes, entre los que destacaban Henri Matisse, André Derain, Maurice de Vlaminck, Kees van Dongen y Albert Marquet, expusieron un grupo de pinturas que destacaban por su uso intenso y aparentemente arbitrario del color. Las obras, que se colgaron en la misma sala que las esculturas de aspecto renacentista de Albert Marque, llevó al crítico Louis Vauxcelles a describir la escena como «Donatello chez les fauves» (Donatello entre las fieras), de donde derivó el nombre del movimiento. Una teoría alternativa, más reciente, sobre el origen del nombre hace referencia a la pintura de Henri Rousseau, “León hambriento atacando a un antílope”, también expuesta en el Salón. Sea como fuere, el Fauvismo, a veces considerado como la primera vanguardia, ya había nacido.
Imágenes: Henri Matisse, “La femme au chapeau”, 1905. Óleo sobre lienzo, San Francisco Museum of Modern Art ·· Maurice de Vlaminck, “El Circo”, 1906. Óleo sobre lienzo, Fundación Beyeler, Basilea.
La influencia de varios pintores postimpresionistas en el Fauvismo (también llamado Fovismo) es inmediatamente apreciable, tanto del puntillismo de Seurat y Signac como de los últimos años de Van Gogh. En este sentido “el fauvismo fue un movimiento sintético, que pretendía utilizar y englobar los métodos del pasado inmediato (…) El primer estilo fauvista propiamente dicho, obra en gran parte de Matisse y Derain en 1905 (…) combinaba rasgos derivados de Seurat y van Gogh, pinceladas desmenuzadas y restregadas, y divisiones arbitrarias del color que recordaban a Cezanne” (John Elderfield: “The ‘wild beasts’ : Fauvism and its affinities”, 1976)
El más destacado de entre los pintores fauvistas fue Henri Matisse (1869-1954), cuya “La femme au chapeau” (1905, San Francisco Museum of Modern Art) centró la mayor parte de las críticas en el Salón de 1905. Matisse es también el autor de la obra cumbre del Fauvismo, la monumental “Le bonheur de vivre” (1906, Barnes Foundation), presentada en el “Salon des Indépendants” de 1906, y que inspiraría a Picasso a pintar su célebre “Les Demoiselles d’Avignon” (1907), a menudo considerada una réplica, oscura y mordaz, a la pintura de Matisse. La segunda gran figura del Fauvismo es André Derain (1880-1954), quien trabajó con Matisse en Collioure durante el verano de 1905, donde la luz occitana hizo aflorar el Fauvismo, gracias a «la afirmación y el uso de los colores puros, la eliminación de la graduación tonal propia del puntillismo, la luminosidad de todos y cada unos de los colores, de todas y cada una de las pinceladas» (Valeriano Bozal: «Los orígenes del arte del siglo XX», 1993). Años atrás, Derain había compartido estudio con Maurice de Vlaminck (1876-1958), a menudo considerado la tercera parte de la “trinidad” de los maestros fovistas.
El fauvismo no fue solo la primera de las vanguardias, sino también la más breve. Fue bautizada en 1905, e inició su declive al año siguiente, y hacia finales de la década había sido ya oscurecido por las vanguardias más pujantes, como el cubismo. En palabras de John Elderfield “los pintores cubistas consideraban el fauvismo una extensión de la tradición impresionista, el último obstáculo que tenían que superar para crear algo totalmente nuevo.” En la agitada primera década del siglo XX, el arte seguía su metamorfosis y las propias fieras fueron devoradas por las vanguardias a las que habían ayudado a nacer.
G. Fernández · theartwolf.com
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