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La Escuela de París

Étrangers entre pinceles y absenta

La bohème, la bohème
Ça voulait dire
On a vingt ans
La bohème, la bohème
Et nous vivions de l’air du temps

Charles Aznavour, «La Bohème»

Imágenes: Pablo Picasso: «Au Lapin Agile», 1905. Óleo sobre lienzo, Metropolitan Museum ·· Constantin Brâncuși : «El Beso», 1907-08. Yeso, 27,9 × 26 × 21,6 cm.

En plena Belle Époque, París era la capital artística del mundo. Lo era no solamente en el nivel exclusivo y elitista de los Salones Oficiales, sino que, durante los últimos años del siglo XIX, el creciente reconocimiento de los pintores impresionistas había demostrado que, pese a los reparos iniciales, había en París espacio para artistas jóvenes con nuevas ideas, que encontrarían allí un ambiente propicio en el que crecer y retroalimentarse. Ello, unido a las mejoras de las comunicaciones ferroviarias, hizo que a principios del siglo XX numerosos artistas jóvenes de otros países de Europa se establecieran en París, animados por el animado y audaz ambiente de la capital francesa. A este grupo de artistas de distintas nacionalidades y muy variados estilos se les conoce con el nombre, algo confuso, de Escuela de París. Al igual que sucede con el término “Postimpresionismo”, no se hace referencia a un movimiento ni estilo concreto, sino a un conjunto heterodoxo de individualidades, muchas de ellas implicadas en el nacimiento de varias de las vanguardias más importantes de la primera mitad del siglo XX, como el cubismo o el surrealismo.

Estos jóvenes artistas (entre los que también había, por supuesto, artistas franceses) residían principalmente en dos barrios de la entonces periferia parisina: Montmartre y Montparnasse. En el primero, que había sido el corazón de la vida bohemia parisina ya en la segunda mitad del siglo XIX, el epicentro de la creación artística fue el edificio conocido como Bateau Lavoir, mientras que la vida nocturna tenía lugar en los cafés y cabarets, especialmente el pequeño “Lapin Agile”. Tras la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los artistas pasan a residir en Montparnasse, un barrio de nueva creación, más cosmopolita, en el que existía “una atmósfera de emulación efervescente en la que la extrema libertad se codea con la extrema miseria, confrontadas, a veces confundidas, con las ostentaciones de lujo chillón de los nuevos ricos de la posguerra” (Raymond Cogniat: “La Escuela de París”, 1984).

Los cafés y cabarets de Montmartre fueron frecuentados por el joven Pablo Picasso (1881-1973), quien viajó por primera vez a París con dieciocho años, estableciéndose definitivamente en la capital francesa cuatro años después. En París, Picasso atraviesa su sombrío y melancólico Periodo Azul (1901-1904) y su Periodo Rosa (1904-1906), marcado por su fascinación por la vida circense de acróbatas y arlequines, antes de cambiar para siempre la historia del arte con “Les Demoiselles d’Avignon” (1907), la obra maestra proto-cubista inspirada tanto en el arte africano que Picasso tuvo ocasión de ver en París como por “Le bonheur de vivre” (1906) de Henri Matisse. “Les Demoiselles” abrió la puerta al cubismo y, con él, a la ruptura con el espacio cartesiano seguido desde el Renacimiento, capítulo que se comentará en una entrada independiente.

Imágenes: Marc Chagall: «París desde mi ventana», 1913. Óleo sobre lienzo. Guggenheim Museum, Nueva York ·· Amedeo Modigliani: «Nu couché (sur le côté gauche)», 1917. Óleo sobre lienzo. Colección particular.

Casi al mismo tiempo que Picasso llegó a París el escultor rumano Constantin Brâncuși (1876-1957), quien estudió durante un breve periodo con Auguste Rodin, pero pronto comenzó a desarrollar su propio estilo vanguardista de escultura, en el que podemos encontrar paralelismos con los fauvistas: al igual que aquellos destacaban el valor intrínseco de la pintura y de sus cualidades apreciables más allá del valor representativo (color, pincelada), en la escultura de Brâncuși “el volumen, la masa, la textura, han dejado de ser instrumentos para una mejor representación tradicional de la anécdota narrativa, ahora son (…) componentes que tienen en sí mismos valor semántico” (Valeriano Bozal: “Los orígenes del arte del siglo XX”, 1993)

En el Bateau Lavoir, Picasso coincide con el italiano Amedeo Modigliani (1884-1920), quien, tras un breve regreso a Italia, se establece en Montparnasse en 1909, donde conoce a Brâncuși. La influencia de este y del arte africano son vitales para que Modigliani lograra crear su estilo definitivo, basado en una estilización notable de los rostros, tanto pintados como esculpidos, apreciable en sus retratos y en sus célebres desnudos femeninos. “Modi”, como era llamado por sus amigos, fue el paradigma del artista bohemio del París de principios de siglo XX: bebedor, mujeriego, e ignorado por la crítica. Murió joven, con apenas 35 años, víctima de la tuberculosis, y su prometida –Jeanne Hébuterne, entonces embarazada de ocho meses- se suicidó poco después.

Desde Rusia, y sin conocimiento alguno de francés, llegó Marc Chagall (1887-1985), quien unió folklore judío y vanguardia europea en un estilo único, en parte fauvista, en parte cubista, y en lleno de una fantasía que parece anticipar el Surrealismo. Otros artistas notables fueron Chaïm Soutine (1893-1943), nacido en la actual Bielorrusia y amigo personal de Mogiliani; el búlgaro Jules Pascin (1885-1930), conocido como “el Príncipe de Montparnasse”; y el japonés -después nacionalizado francés- Tsuguharu Foujita (1886-1968).

G. Fernández · theartwolf.com

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