El Arte Gótico
Y el muro se hizo luz
Comenzaba el mundo nuevo. Blanco, límpido, alegre, aseado, neto y sin retornos, el mundo nuevo se abría como una flor sobre las ruinas. Se había abandonado todo lo que era costumbre reconocida, se había vuelto la espalda. En cien años se cumplió el prodigio y Europa se transformó.
Eran blancas las catedrales.
Le Corbusier: “Cuando las catedrales eran blancas”, 1934
Imágenes: Catedral de Reims (1211-1275). Fotografía de bodoklecksel ·· Interior de la Sainte Chapelle (1242-1248), en París. Fotografía de Oldmanisold ·· Claus Sluter “El Pozo de Moisés”, 1395–1403
Al igual que el arte románico, el arte gótico no tiene un comienzo y un final claro, coexistiendo durante mucho tiempo con su antecesor, y manteniendo su preponderancia en ciertas zonas ya cuando el Renacimiento se abría paso en Europa. Y, también como el románico, el gótico es un fiel reflejo de su época. Mientras que el orden y la rigidez del románico eran fiel reflejo de la sociedad feudal, el gótico es un estilo de carácter más urbano, en una época en la que las ciudades ganaron importancia, apareciendo las universidades y la sociedad mercantilista. Por supuesto, el gótico sigue siendo un estilo marcadamente cristiano, pero durante la Baja Edad Media la religión ya no es la omnipresente y única fuente de conocimiento. Con el gótico “comienza una duda que crea una fase inmadura, insegura y dubitativo. El Gótico vive bajo la teología divina pero con baches y dudas que el Románico no tenía”. (Enrique Valdearcos, «El arte gótico», 2007)
La arquitectura gótica, de la que son especialmente representativas las catedrales, se caracteriza por su altura e incluso más aún por la ligereza de sus cerramientos. Varias soluciones constructivas, especialmente la bóveda de crucería, provocan el paso de la masa activa al vector activo, lo que permite que los muros masivos típicos del románico se conviertan en grandes aperturas por las que la luz -verdadera protagonista de la arquitectura gótica- inunda los espacios interiores, apareciendo también vidrieras policromadas, uno de los símbolos de la arquitectura gótica, que alcanza cotas espectaculares en edificios como la Sainte-Chapelle (1242-1248) de París.
Existen lógicamente diferencias en estilo, e incluso en marco temporal, en el arte gótico de distintas zonas. En primer lugar, hay que señalar que el paso de la masividad del románico a la ligereza y luminosidad del gótico no fue en absoluto repentino, existiendo precedentes como el arte cisterciense, considerado a menudo un «estilo de transición» entre el románico y el gótico. A finales del siglo XII, edificios del norte de Francia como la Basílica de Saint-Denis o la famosa Notre-Dame de París pueden ya considerarse plenamente góticos, estilo que pasó poco después a Inglaterra con la reconstrucción de la Catedral de Canterbury. El pleno esplendor de la arquitectura gótica llegó a mediados del siglo XIII con el Rayonnant (o Gótico radiante), en edificios como la ya mencionada Sainte-Chapelle de París, la Catedral de Chartres (iniciada en el siglo XII pero completada el siglo siguiente), la Catedral de Reims o la desaparecida Saint-Nicaise de Reims. El gótico llegó algo más tarde al sur de Europa, dejando ejemplos como la Catedral de León o el Palacio Ducal de Venecia.
En la escultura, el relieve arquitectónico continua teniendo importancia, siendo notables los conjuntos escultóricos en las catedrales de Reims o Notre-Dame. No obstante, en comparación con el románico, la escultura gótica se caracteriza por ganar independencia con respecto a la arquitectura, apareciendo grandes ejemplos de esculturas exentas, con y grandes autores como Nicola Pisano (siglo XII) en Italia o Claus Sluter (siglo XIV) en el norte de Europa.
Imágenes: Giotto di Bondone: “El Beso de Judas”, fresco en la Capilla Scrovegni, 1304-05 ·· Jan van Eyck: “Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (El matrimonio Arnolfini)”, 1434. Londres, National Gallery
Pese a la importancia de la arquitectura, es posiblemente en la pintura donde más es apreciable el paso del románico al gótico. Frente al hieratismo y rigidez de la pintura románica, la pintura gótica gana en libertad creativa, no estando ya limitada a los espacios monásticos, sino que, con la aparición del patrocinio y el coleccionismo, aparece una clientela nueva, con nuevos gustos. “El patrocinio individual de las artes supuso la irrupción de un concepto nuevo en la historia del arte: el gusto. Pero también el afianzamiento como disciplina autónoma de la pintura, menos costosa que las fundaciones arquitectónicas y las obras escultóricas, y más apta que estas para los espacios domésticos” (“Historia Universal de la Pintura”, Tomo 2, publicado por Espasa Calpe, 1997)
Este nuevo tipo de demanda impulsó la aparición de la pintura sobre tabla, fácil de transportar, y apta tanto para espacios religiosos como particulares. En Italia, artistas como Cimabue y Duccio, partiendo de la iconografía bizantina, comienzan a adoptar un estilo más naturalista. Mención especial merece la figura de Giotto (Giotto di Bondone, c.1266-1337), uno de los grandes renovadores de la pintura occidental, cuyos logros no serían superados hasta la llegada de los grandes maestros del Quattrocento. El estilo de los maestros italianos del Trecento, como los anteriormente mencionados o Simone Martini, se extendió por Europa dando lugar al llamado Estilo Gótico Internacional.
En el norte de Europa, la pintura de los llamados primitivos flamencos, desde Jan van Eyck o Roger van der Weyden hasta El Bosco, coincide cronológicamente con el comienzo del Renacimiento, aunque su estilo es heredero de las miniaturas góticas. En este último campo, los artistas del Norte de Europa produjeron obras maestras como Las muy ricas horas del Duque de Berry, obra de los Hermanos Limbourg.
G. Fernández · theartwolf.com
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